5/11/09

El alimento de los dioses

 
Cuando Hernán Cortés conquistó México sintió excitada su curiosidad al ver los jardines del emperador Moctezuma repletos de unos arbustos del tamaño de los cerezos, de frutos rojos y amarillos. Averiguó que de ellos se obtenía un preparado llamado” bebida real”. 
 
Al español le resultó tan delicioso que rápidamente le envió granos de cacao a Carlos V con las indicaciones de cómo prepararlo. El rey Habsburgo obsequió con ellos a su familia en Austria, la cual a su vez la hizo llegar al Papa. 
 
Podríamos decir que Cortés era consciente del valor del oro que remitía a la corona, pero desconocía que echaba las raíces de una de las ricas industrias europeas. 
 
La preparación de la bebida real no era tan sencilla. Había que extraer los granos de los frutos maduros; dejarlos primero fermentar y luego secarlos, tostarlos a fuego para por fin molerlos. Al polvo obtenido, los mexicanos mezclaban vainilla, miel y azúcar; agregándole agua hirviendo. 
 
El nombre científico del cacao es Theobroma, que quiere decir alimento de los dioses. Esta exquisitez cuando ingresó a Europa hizo furor de inmediato. Se la servía en las meriendas de Luis XIV y, los médicos elaboraban teorías sobre sus propiedades medicinales;tal es así que antes del siglo XVIII se había conocido el principio activo de su grano, la theobromina, poderoso reconstituyente.
 
Apenas se difundió en Europa, los países colonizadores intuyendo el gran negocio que proporcionaría, plantaron el cacao en sus posesiones tropicales; de modo que si bien es el continente que lo industrializa, los mayores productores son Guinea, Martinica, Ceilán, Venezuela y México. 
 
En Turín se descubrió el secreto de derretir la pasta de cacao, lo que dio nacimiento al chocolate sólido. ¡Ay… el chocolate! ¿Quién no ha suspirado por él? 
 
Hoy en día está a medias defenestrado por la imposición cultural de la silueta estilizada, pero tiene sus adictos. 
 
Esto mismo ocurría allá por el 1600 cuando el Padre Joseph de Acosta, al escribir su “Historia Moral y natural de las Indias”, decía sobre el cacao:” Sirve también de moneda, porque con 5 cacaos se compra una cosa y con 30 otra, y usan dar de limosnas estos cacaos a los pobres que piden. El principal beneficio de este cacao es un brebaje que hacen, que llaman chocolate, que es cosa loca lo que en aquella tierra le precian y, algunos que no están hechos a él, le hacen asco; porque tiene una espuma arriba y un borbollón como de heces, que cierto es menester mucho crédito para pasar con ello y, en fin es la bebida preciada y con que convidan a los señores que vienen y pasan por sus tierras, los indios, los españoles, y más las españolas hechas a la tierra se mueren por el negro chocolate”
 
¡ Ay… el negro chocolate! ¿Quién no lo ha deseado? Desde quienes berreaban por un chocolatín Kelito que por 5 “guitas”, además del placer de saborearlo, dejaba la figurita par le álbum junto a la esperanza de encontrar “la bomba”, la difícil que nunca aparecía. Los que más tarde comieron los Godet, o la generación de los 50´que se atiborró con los Milkibar blancos, a los que las mamás consideraban menos dañinos. Pero antes de esto, nuestros abuelos inmigrantes desayunaban la humilde cascarilla, después los nietos a las cinco de la tarde, escuchaban las desventuras de Tarzán, Tarzanito y Tantor por Radio Splendid, frente al humeante Toddy, que acompañaban con las alargadas tajadas de pan crocante untado con manteca y azúcar.
 
El chocolate sedujo a todas las clases sociales: bohemios en el Vesubio, españoles en la Avenida de Mayo y dentro de esta, el chocolate con churos del Tortoni. ¿Cómo olvidar las chocolateadas luego de la primera comunión, en los cumpleaños y en los festejos cívicos? ¿Quién de los que somos más maduros, no se ha calentado las manos, acariciando el humo que se elevaba desde el vaso del submarino, cuando en Buenos Aires todavía había inviernos?  
Y si de submarinos se trata, aquí en Boedo, desde las señoras hasta los más taitas se deleitaban tomándolo en la vieja lechería, allá por donde hoy está Rodó, en el Homero Manzi, en La Martona de Av. Boedo entre Independencia y Estados unidos, en La Dehesa de Av. Caseros y Castro Barros. 
 
Rápidamente damos fin a esta historia, porque en el quiosco nos esperan dos chocolatines con cerezas al cointreaux… chau…
 
Ana MaríadiCesare
Gerónimo Rombolá
octubre 2005